Supongo que para Sue Lynne marcharse de este pueblo era un poco como morirse. Me pregunto cómo recordará la gente a Arney. Cuando mueres todo lo que queda son los recuerdos que creaste en la vida de los demás, o un par de cosas en una cuenta. My blueberry nights Yo no era nadie. Rodney Grant no era nadie. Omar Hassim-Alí, nadie. Javier Rodríguez —el carpintero jubilado de setenta años que ocupó la cama hacia las cuatro— no era nadie. Tarde o temprano moriríamos todos, y cuando se llevaran nuestros cadáveres y los enterraran, sólo nuestros amigos y familiares sabrían que habíamos muerto. Nuestro fallecimiento no se anunciaría por radio y televisión. No habría esquelas en el New York Times. No escribirían libros sobre nosotros. Ése es un honor reservado a los poderosos, a los que han ganado la fama, a quienes poseen alguna cualidad excepcional, pero ¿quién se molesta en publicar biografías de gente corriente, de esos olvidados que van a trabajar todos los días, con quienes nos encontramo...